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EXPLORANDO LA OTRA 40: EL RIO ORO

Domingo 19 de Enero de 2020

Amaneció un día estupendo y no tardamos mucho en ponernos en marcha, bordeando la costa norte del lago Posadas.

Primero un inevitable desvío para los que no conocían pudieran disfrutar del Arco de Piedra y de una vista clara de los infinitos caracoles de la cuesta de la nueva RP41 al alejarse hacia el sur.

Elsa y Jorge se habían vuelto al pueblo de lago Posadas con el objeto de reparar la cubierta pinchada la tarde anterior. Quedamos en encontrarnos en el río Oro más adelante.

Luego cruzamos el istmo que divide el lago Posadas y el lago Pueyrredón cruzando el puente del arroyo que desagua el primero rumbo al Pacífico.

Claramente esta zona pertenece a la cuenca del Pacífico y nos encontramos al oeste de la divisoria de aguas y al este de la línea de las altas cumbres, es decir en uno de las tantas anomalías que se generaron con la confusa redacción del Tratado de Límites de 1881, que por suerte nuestro apreciado Perito Moreno supo manejar para que esta zona sea argentina.

El complejo lacustre Posadas-Pueyrredón-Cochrane tiene una geografía muy curiosa. Para empezar, a diferencia de casi todos los lagos cordilleranos se orienta casi norte-sur en lugar de este-oeste.

Sus contornos son muy particulares: penínsulas muy estrechas lo compartimentan formado tres lagos en lugar de uno y los estuarios de los ríos lo invaden claramente con sus sedimentos, algunos glaciarios y otros más aluvionales.

Hay una península que divide completamente el lago Pueyrredón del lago Posadas, la cual se atraviesa en vehículo y donde un corto canal permite el desagote del Posadas al Pacífico. Dos ríos desembocan a los lagos desde el sur: el Furioso y el Oro.

El estuario del río Furioso en la época de lluvias y deshielo baja con enorme cantidad de sedimentos y piedras; en verano está casi seco y si bien no tiene agua, es difícil cruzarlo por ese motivo.

La costa suroeste del lago Pueyrredón alberga varias estancias y la ruta cruza a través de ellas por viejas arboledas de álamos que las protegen del viento

El estuario del río Oro, que desagua en el Pueyrredón, a diferencia del Furioso arrastra sedimentos glaciarios del Monte San Lorenzo, que le confieren el clásico aspecto lechoso a sus aguas. Según los lugareños es tan o más salvaje que el Furioso cuando crece.

Un poco más allá del río, aparece una singular península, que a falta de nombre, la llamaré Península Suyai por el nombre de la estancia que luego nos dio permiso para recorrerla. Es una increíble lengua de tierra de unos dos kilómetros de largo que inexplicablemente se adentra en el lago. Tambien tiene una el río Furioso pero no es tan clara de ver desde la costa.

Hay otra península más , cuyo extremo es límite internacional y de alguna manera divide la cuenca entre los lagos Cochrane y Pueyrredón.

A poco de cruzar el río Oro, un desvío hacia la izquierda de unos pocos kilómetros nos lleva al famoso cañón del río homónimo, el cual es un espectáculo majestuoso con sus paredes verticales de más de 100 metros de altura que obligatoriamente nos detuvo un buen rato para su contemplación.

La buena noticia fue que la huella seguía hacia arriba y estaba en buenas condiciones, coincidiendo con lo que habíamos relevado en las satelitales. Lo que no sabíamos era adonde nos llevaba así que antes de seguirla tomamos contacto radial con Elsa y Jorge para avisarles de nuestras intenciones.

La huella estaba buena pero no es muy transitada y hubo que abrir y cerrar varias tranqueras durante su recorrido. Los paisajes eran impagables y debido a que estaba nublado, no podíamos ver todavía el imponente monte San Lorenzo, el gigante que domina la zona.

En general la huella discurre por los faldeos del valle del río Oro pero algunos tramos estaban medio derrumbados y en varias ocasiones tuvimos que bajar hasta la vera del río mismo, el cual mostraba  caudal y velocidad llamativos. Si más adelante había que vadearlo podíamos tener algún problema o al menos podíamos tener derecho a dudas.

Una tranquera nos anunció que nos estábamos metiendo en la estancia Los Ñirres y poco más adelante ocurrió lo que suponíamos: la huella se terminó contra el río y no se veía claramente por dónde seguía, es decir no había un vadeo claramente marcado aunque se veía un casco de una estancia del otro lado.

Todavía no se nos habían unido Elsa y Jorge, así que nos abocamos a estudiar por donde acometer el cruce, que no se veía muy fácil.

Mientras recorríamos a pie buscando algún indicio vemos venir una chata a los lejos y lo que primero que pensamos fue que nos venían a sacar de los fundillos.

Si bien no habíamos cruzado ninguna tranquera cerrada, era claro que estábamos dentro del alguna propiedad privada, así que como es habitual, salimos a parlamentar con la cola entre las patas…

Y acertamos. Era el dueño de Los Ñirres,  Don Mario Sar, pero lejos de sacarnos volando se interesó en nosotros ya que poca gente se aventura por allí y estaba deseoso que se conozca la comarca.

Mario no solo es el dueño de Los Ñirres sino que también fue el propietario del Hotel de Bajo Caracoles y lo conocía por supuesto a Eduardo Lada, así que no tardamos mucho en compartir anécdotas de viajes de tiempos pasados.

Por supuesto nos alentó a seguir adelante hasta el casco de su estancia, donde nos ofreció alojamiento y también los servicios de su nieto Leo, para guiarnos hasta bastante cerca de la base del monte San Lorenzo y llegar incluso hasta Chile por un paso no habilitado que implica vadear mas de diez veces el río Oro aguas arriba.

Sin embargo nos alertó que respetáramos mucho al río Oro, ya que suele cambiar muy rápido su caudal y en ese caso se vuelve muy peligroso. Nos indicó muy bien por donde cruzarlo (nada que ver con nuestras presunciones) y nos volvió a recordar que no dejemos de seguir los consejos de su nieto al regresar, ya que la situación podía cambiar radicalmente en pocas horas.

Si bien Elsa y Jorge no estaban, Don Mario se dirigía a lago Posadas, así que sin duda los encontraría por el camino y les daría las instrucciones. Para cruzar el río era cuestión que nos avisarán por radio para ayudarlos ya que el casco de Los Ñirres estaba cerca del vado.

Cruzamos sin problemas (porque teníamos el dato) y nos adentramos en una zona boscosa rumbo al casco de la estancia, que no tardó en aparecer. Allí nos recibió muy atentamente Leo y su novia, quien tanto o más orgulloso que su abuelo nos contó todos los detalles de la zona y no tardó mucho en convencernos que debíamos quedarnos allí a pasar la noche.

Mientras tanto recibimos el llamado radial de Elsa, los fuimos a buscar para colaborar con el vadeo y cuando nos volvimos a reunir en el casco, ya habíamos decidido hacer la excursión al San Lorenzo con la guiada de Leo.

Por supuesto nos alertó que siempre se corre el riesgo de no poder volver inmediatamente si el río se enojaba, pero a esa altura del partido no nos íbamos a achicar.

Y salimos las cinco chatas, primero por una huella entre los bosques que finalmente nos depositó en el ancho cauce del río Oro, el cual vadearíamos múltiples veces ya que el “camino” era remontando su cauce. Leo nos contó que días atrás una chata con gente inexperta se la llevó el río porque al no conocerlo se dejaron atrapar y tuvo que ir a auxiliarlos con un tractor.

Seguramente porque Leo conoce como la palma de su mano el cauce del río, la verdad es que no corrimos peligro alguno y nos llegamos sin problemas al Puesto Muñoz, último lugar con pobladores antes del San Lorenzo, en un lugar de ensueño.

La nubosidad no nos dejó ver el San Lorenzo en toda su dimensión pero lo poco que nos mostró de su entorno alcanzó para deslumbrarnos: no hay que olvidar que tiene una altura de 3706 msnm y que nosotros estábamos a poco más de 1000 y muy cerca de su base.

Paisajes de la zona cercana al San Lorenzo

Nos quedaba avanzar un poco más y poner los pies en Chile para coronar el esfuerzo de llegar hasta estos recónditos lugares. Ahora la huella se metía de lleno dentro de zona boscosa, muy angosta y con fuertes pendientes donde evidentemente hay muy poco tránsito vehicular. La idea era llegar al hito fronterizo y luego volvernos.

En una de las detenciones para tratar de ubicar el hito sobre los cerros, sentimos un seco ruido metálico proveniente de la chata de Elsa al arrancar. Inmediatamente vemos que la rueda trasera izquierda perdía su vertical como cuando se rompe un palier así que temimos lo peor: ¿cómo carajo la sacábamos de aquí con semejante rotura?

Raudamente nos arrimamos a verificar el desastre mientras Elsa se «fumaba un Camel» mientras nos informaba que no sabía que había ocurrido todavía sin bajarse de la chata.

Bueno, por suerte no había rotura de palier. Lo que había ocurrido es que se había terminado de salir el último bulón de rueda que le quedaba y obviamente la rueda quiso seguir su libre albedrío por ahí. Menos mal que fue casi con la chata detenida y en un lugar seguro porque podría haber sido muy complicado si ocurría en alguna cuesta de cornisa o vadeando el río.

¿Qué había pasado? Recuerden que la tarde anterior habíamos reemplazado de apuro una rueda pinchada, la cual no se ajustó del todo ya que Elsa iba a ir al pueblo a reparala y colocar la rueda original. La cuestión que no encontraron gomería abierta y la rueda sin apretar siguió su curso como si lo estuviera, hasta que decidió irse por su cuenta. Moraleja: pase lo que pase, apretar siempre apretar a full las tuercas, total siempre habrá tiempo para aflojarlas.

Utilizando la clásica de sacar una tuerca de cada una de las otras ruedas, recompusimos rápido la situación aunque algunos filetes de roscas se resistían un poco porque al andar flojas durante mucho tiempo se habían deformado un poco.

Pasado el susto seguimos derecho a la frontera y tuvimos a la vista el hito que buscábamos, obviamente en la parte alta de un cerrito.

Por supuesto no podíamos volvernos sin la foto de haber llegado a él, así que emprendimos la caminata hasta allí y lo logramos rápidamente. Desde la altura pudimos comprobar que del lado chileno la huella se transforma en un camino más transitable, ya que desde allí salen las expediciones que intentan ascender al San Lorenzo.

El regreso fue tranquilo aunque se notaba que con el final del  día el río Oro como consecuencia de la mayor temperatura de la tarde había acrecentado un poco su caudal subiendo algunos centímetros su nivel respecto de la ida. Nada preocupante pero coincidía con las apreciaciones que nos había hecho Leo antes de aventurarnos por esa zona.

Volvimos al casco de Los Ñirres, donde ya nos había conseguido preparar las ocho camas, pudiéndonos dar una ducha caliente completamente inesperada.

En la cocina económica, que estaba a todo vapor ya que la temperatura exterior había bajado bastante, por la noche Julio y Sonia nos deleitaron con un excelente pollo al disco que estaba para chuparse los dedos.

Un inesperado y fantástico día de descubrimientos había llegado a su fin.

EL INGENIO SAN LORENZO

Después de conocer el remoto y relativamente aislado pueblo de Guardia Mitre y de cruzar el río Negro en la balsa de Sauce Blanco ya estábamos satisfechos de haber alargado el regreso unos cuantos kilómetros para conocerlos. La balsa nos conectó con la ruta 250 a unos 50 km de General Conesa y nos dispusimos a retomar la ruta habitual de regreso, sin saber que íbamos a recibir una grata sorpresa, completamente imprevista.

Quince kilómetros antes de llegar a General Conesa, un enigmático puente ferroviario reticulado en el lado derecho de la ruta nos llamó la atención y recordé que Raine Golab alguna vez me lo había mencionado. El puente no disponía de terraplenes antes ni después y el cauce que atravesaba era caudal de agua muy pequeño que evidentemente no fluía desde hace mucho tiempo. Sin duda era parte del ramal ferroviario tendido entre General Conesa y Lorenzo Vintter que alguna vez había servido a un desaparecido ingenio azucarero que procesaba azúcar de remolacha. Una locomotora de trocha 75 centímetros rescatada de la Trochita, está expuesta desde hace unos años en la rotonda de acceso a General Conesa como recuerdo de ese extinto ramal.

Inexplicable puente desde la nada hacia la nada, hasta conocer la historia que lo incluye

Siempre a la pesca de estaciones ferroviarias, me fijé qué podía haber cerca. El Ferromapas del GPS me dio la noticia que había una estación a unos cuatro kilómetros al oeste, en el lado opuesto de la ruta donde estaba el puente.

Una tranquera desvencijada sin candado, con una huella sin tránsito sepultada por altos pastos me ofreció la posibilidad de ir en su búsqueda y sin pensarlo, nos metimos, medio a ciegas, a campo traviesa. Al atravesar una pequeña arboleda empezamos a pisar troncos caídos ocultos en el pastizal, pero seguimos.

Buscando la estación San Lorenzo
Transitando una «huella»

Una montaña de tierra oculta por la vegetación nos cortó el paso y me bajé a ver como esquivarla, pero al subir encontré detrás un profundo zanjón que no íbamos a poder sortear con la chata. Sin embargo, a la distancia divisé un puente de hormigón y no me quedó otra opción que ir a verlo a pie. Obviamente había sido construido antes del zanjón, posiblemente era parte del camino a la estación.

Al llegar al puente, un poco más alto que el terreno circundante, la vi: un tejado rojo con paredes blancas y arcadas. Había encontrado la que en su momento fue la coqueta estación San Lorenzo que me marcaba el GPS !

Se me ocurrió ir caminando pero observé un par de canales de riego que implicaban pasarlos nadando o algo así. Me conformé con el trofeo de un par de fotos con zoom.

Estación San Lorenzo

Al volver a la camioneta, Adriana había pescado señal de Internet y me refrescó lo poco que yo recordaba del ingenio azucarero. La historia, como les contaré más adelante, nos atrapó y decidimos ir en su búsqueda, sin duda del otro lado de la ruta, adonde apuntaba el otro extremo del puente.

Costó dar vuelta la chata en el berenjenal que nos habíamos metido sin darnos cuenta: los altos pastizales escondían zanjas a ambos lados del camino que complicaron la maniobra y casi nos caemos en una de ellas. No se quién nos iba a sacar de allí si eso pasaba.

Volvimos a la ruta y decidimos ir a buscar en sentido contrario siguiendo la dirección del puente, que apuntaba hacia el río Negro. Nos internamos por un camino vecinal algo al sur del puente, que rápidamente nos comenzó a mostrar construcciones abandonadas y semiderruidas, entre ellas una escuela.

Un par de kilómetros más adelante aparecieron lo que parecían instalaciones fabriles como fantasmas en el medio de la llanura.

Unos carteles, también en muy mal estado indicaban que efectivamente se trataba del ingenio San Lorenzo y que eran Patrimonio Histórico Provincial aunque su estado no lo denota.

Entramos y recorrimos con la chata unos senderos prestablecidos que discurrían entre las ruinas, con algunos carteles explicativos (muchos de ellos ilegibles y vandalizados), sorprendiéndonos de la magnitud de las instalaciones.

Del complejo fabril, solo quedan en pie dos enormes galpones, un edificio administrativo y las piletas de hormigón donde se volcaban las remolachas. El resto, solamente escombros dispersos y alguna que otra estructura que sobrevivió misteriosamente.

Recorriendo el ingenio San Lorenzo
Edificio Administrativo
Interiores del edificio administrativo
Piletas de lavado de remolachas
Galpones
Galpones

Luego de la visita, buscando en Internet nos enteramos de que lo que vimos era solamente lo que quedó después que se dinamitaran (sí, que se dinamitaran!) las instalaciones principales luego de un proceso de auge, infección de los cultivos de remolacha, paralizaciones, cupos de producción exiguos y extraños procesos de venta.

No es muy claro lo que ocurrió allí, pero lo que si es cierto es que en la década del 20 del siglo pasado, Benito Lorenzo Raggio y Juan Pegasano, se decidieron a reemplazar los nativos piquillín, chañar y jarilla para que la remolacha se convirtiera en una estrella fabril.

El proyecto arrancó con mucho entusiasmo pero bajo condiciones no muy favorables por parte de la infraestructura estatal.
Se inició en 1929, incluyendo la construcción de un ferrocarril de 107 kilómetros para evacuar la producción, finalizado en 1934 mientras se realizaban las primeros cosechas de remolacha y se realizaba la puesta a punto de la fábrica de azúcar.

El ferrocarril tuvo que ser financiado por el ingenio ante la indiferencia oficial y a cambio obtuvo únicamente créditos en los fletes ferroviarios, una de las causas concurrentes del cierre.

Tuvo su auge en 1935 con 5000 toneladas de azúcar producidas y cuando todo indicaba que se encaminaba a consolidarse económicamente, una infección en los cultivos de remolacha debido a un «virus filtrable» que técnicos llegados del exterior denominaron «marchitamiento amarillo», comenzó a menguar la producción hasta paralizarse completamente en 1939. Algunos atribuyeron la aparición de la peste a un sabotaje por parte de los cañeros del norte del país y otros, a causas naturales.

En los años de la peste, lo poco que se producía debido a las malas cosechas, se lograba con remolachas que provenían de Pedro Luro, Tres Arroyos y Balcarce, lo cual era completamente anti-económico por los costosos fletes.

En 1940 pareció recuperarse con cosechas locales, pero sólo fue un estertor agónico antes que en 1941 se la cerrará definitivamente debido a las deudas comerciales, vendiéndose las maquinarias checoslovacas a productores uruguayos y las instalaciones edilicias al Centro Azucarero Regional del Norte Argentino (entidad representativa de los ingenios azucareros de Salta y Jujuy) que, según testimonios, exigió la demolición de los mismos y el compromiso de no volver a establecer otro ingenio de remolacha en el lapso de diez años.

Si todo esto se debió al sabotaje de los “cañeros del norte” o simplemente fue un mal negocio establecido sobre premisas y condiciones que luego no se cumplieron, es difícil de discernir.

Parece muy cinematográfica la hipótesis de la infección artificial de los cultivos atento a que el tonelaje máximo de 1935 era apenas el 1.3% del tonelaje total del país, pero por otro lado el negocio parecía prometedor si se ampliaba la escala de producción extendiéndose la idea a otros sitios y es llamativa la condición de la demolición y la prohibición de establecer ingenios remolacheros. En fin, algo típicamente argentino, donde se mezcla la ficción y la realidad.

Hay muy buena y detallada información en el artículo extraído del sitio del Conicet «Producir azúcar en la Patagonia. El ingenio San Lorenzo, un malogrado proyecto de industrialización de remolacha azucarera (Río Negro, 1927-1941)\» publicado en la revista de la UNLP Mundo Agrario, diciembre2018, vol. 19, n° 42, e094. ISSN 1515-5994, escrito por Daniel Moyano y Susana Bandieri, cuyo link adjunto:

http://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/88049

También es interesante el siguiente video, que exhiben una teoría contrapuesta a la del informe de Moyano-Bandieri

Video de la historia del Ingenio San Lorenzo

Visitado 23 de febrero de 2023

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