Después de conocer el remoto y relativamente aislado pueblo de Guardia Mitre y de cruzar el río Negro en la balsa de Sauce Blanco ya estábamos satisfechos de haber alargado el regreso unos cuantos kilómetros para conocerlos. La balsa nos conectó con la ruta 250 a unos 50 km de General Conesa y nos dispusimos a retomar la ruta habitual de regreso, sin saber que íbamos a recibir una grata sorpresa, completamente imprevista.

Quince kilómetros antes de llegar a General Conesa, un enigmático puente ferroviario reticulado en el lado derecho de la ruta nos llamó la atención y recordé que Raine Golab alguna vez me lo había mencionado. El puente no disponía de terraplenes antes ni después y el cauce que atravesaba era caudal de agua muy pequeño que evidentemente no fluía desde hace mucho tiempo. Sin duda era parte del ramal ferroviario tendido entre General Conesa y Lorenzo Vintter que alguna vez había servido a un desaparecido ingenio azucarero que procesaba azúcar de remolacha. Una locomotora de trocha 75 centímetros rescatada de la Trochita, está expuesta desde hace unos años en la rotonda de acceso a General Conesa como recuerdo de ese extinto ramal.

Inexplicable puente desde la nada hacia la nada, hasta conocer la historia que lo incluye

Siempre a la pesca de estaciones ferroviarias, me fijé qué podía haber cerca. El Ferromapas del GPS me dio la noticia que había una estación a unos cuatro kilómetros al oeste, en el lado opuesto de la ruta donde estaba el puente.

Una tranquera desvencijada sin candado, con una huella sin tránsito sepultada por altos pastos me ofreció la posibilidad de ir en su búsqueda y sin pensarlo, nos metimos, medio a ciegas, a campo traviesa. Al atravesar una pequeña arboleda empezamos a pisar troncos caídos ocultos en el pastizal, pero seguimos.

Buscando la estación San Lorenzo
Transitando una «huella»

Una montaña de tierra oculta por la vegetación nos cortó el paso y me bajé a ver como esquivarla, pero al subir encontré detrás un profundo zanjón que no íbamos a poder sortear con la chata. Sin embargo, a la distancia divisé un puente de hormigón y no me quedó otra opción que ir a verlo a pie. Obviamente había sido construido antes del zanjón, posiblemente era parte del camino a la estación.

Al llegar al puente, un poco más alto que el terreno circundante, la vi: un tejado rojo con paredes blancas y arcadas. Había encontrado la que en su momento fue la coqueta estación San Lorenzo que me marcaba el GPS !

Se me ocurrió ir caminando pero observé un par de canales de riego que implicaban pasarlos nadando o algo así. Me conformé con el trofeo de un par de fotos con zoom.

Estación San Lorenzo

Al volver a la camioneta, Adriana había pescado señal de Internet y me refrescó lo poco que yo recordaba del ingenio azucarero. La historia, como les contaré más adelante, nos atrapó y decidimos ir en su búsqueda, sin duda del otro lado de la ruta, adonde apuntaba el otro extremo del puente.

Costó dar vuelta la chata en el berenjenal que nos habíamos metido sin darnos cuenta: los altos pastizales escondían zanjas a ambos lados del camino que complicaron la maniobra y casi nos caemos en una de ellas. No se quién nos iba a sacar de allí si eso pasaba.

Volvimos a la ruta y decidimos ir a buscar en sentido contrario siguiendo la dirección del puente, que apuntaba hacia el río Negro. Nos internamos por un camino vecinal algo al sur del puente, que rápidamente nos comenzó a mostrar construcciones abandonadas y semiderruidas, entre ellas una escuela.

Un par de kilómetros más adelante aparecieron lo que parecían instalaciones fabriles como fantasmas en el medio de la llanura.

Unos carteles, también en muy mal estado indicaban que efectivamente se trataba del ingenio San Lorenzo y que eran Patrimonio Histórico Provincial aunque su estado no lo denota.

Entramos y recorrimos con la chata unos senderos prestablecidos que discurrían entre las ruinas, con algunos carteles explicativos (muchos de ellos ilegibles y vandalizados), sorprendiéndonos de la magnitud de las instalaciones.

Del complejo fabril, solo quedan en pie dos enormes galpones, un edificio administrativo y las piletas de hormigón donde se volcaban las remolachas. El resto, solamente escombros dispersos y alguna que otra estructura que sobrevivió misteriosamente.

Recorriendo el ingenio San Lorenzo
Edificio Administrativo
Interiores del edificio administrativo
Piletas de lavado de remolachas
Galpones
Galpones

Luego de la visita, buscando en Internet nos enteramos de que lo que vimos era solamente lo que quedó después que se dinamitaran (sí, que se dinamitaran!) las instalaciones principales luego de un proceso de auge, infección de los cultivos de remolacha, paralizaciones, cupos de producción exiguos y extraños procesos de venta.

No es muy claro lo que ocurrió allí, pero lo que si es cierto es que en la década del 20 del siglo pasado, Benito Lorenzo Raggio y Juan Pegasano, se decidieron a reemplazar los nativos piquillín, chañar y jarilla para que la remolacha se convirtiera en una estrella fabril.

El proyecto arrancó con mucho entusiasmo pero bajo condiciones no muy favorables por parte de la infraestructura estatal.
Se inició en 1929, incluyendo la construcción de un ferrocarril de 107 kilómetros para evacuar la producción, finalizado en 1934 mientras se realizaban las primeros cosechas de remolacha y se realizaba la puesta a punto de la fábrica de azúcar.

El ferrocarril tuvo que ser financiado por el ingenio ante la indiferencia oficial y a cambio obtuvo únicamente créditos en los fletes ferroviarios, una de las causas concurrentes del cierre.

Tuvo su auge en 1935 con 5000 toneladas de azúcar producidas y cuando todo indicaba que se encaminaba a consolidarse económicamente, una infección en los cultivos de remolacha debido a un «virus filtrable» que técnicos llegados del exterior denominaron «marchitamiento amarillo», comenzó a menguar la producción hasta paralizarse completamente en 1939. Algunos atribuyeron la aparición de la peste a un sabotaje por parte de los cañeros del norte del país y otros, a causas naturales.

En los años de la peste, lo poco que se producía debido a las malas cosechas, se lograba con remolachas que provenían de Pedro Luro, Tres Arroyos y Balcarce, lo cual era completamente anti-económico por los costosos fletes.

En 1940 pareció recuperarse con cosechas locales, pero sólo fue un estertor agónico antes que en 1941 se la cerrará definitivamente debido a las deudas comerciales, vendiéndose las maquinarias checoslovacas a productores uruguayos y las instalaciones edilicias al Centro Azucarero Regional del Norte Argentino (entidad representativa de los ingenios azucareros de Salta y Jujuy) que, según testimonios, exigió la demolición de los mismos y el compromiso de no volver a establecer otro ingenio de remolacha en el lapso de diez años.

Si todo esto se debió al sabotaje de los “cañeros del norte” o simplemente fue un mal negocio establecido sobre premisas y condiciones que luego no se cumplieron, es difícil de discernir.

Parece muy cinematográfica la hipótesis de la infección artificial de los cultivos atento a que el tonelaje máximo de 1935 era apenas el 1.3% del tonelaje total del país, pero por otro lado el negocio parecía prometedor si se ampliaba la escala de producción extendiéndose la idea a otros sitios y es llamativa la condición de la demolición y la prohibición de establecer ingenios remolacheros. En fin, algo típicamente argentino, donde se mezcla la ficción y la realidad.

Hay muy buena y detallada información en el artículo extraído del sitio del Conicet «Producir azúcar en la Patagonia. El ingenio San Lorenzo, un malogrado proyecto de industrialización de remolacha azucarera (Río Negro, 1927-1941)\» publicado en la revista de la UNLP Mundo Agrario, diciembre2018, vol. 19, n° 42, e094. ISSN 1515-5994, escrito por Daniel Moyano y Susana Bandieri, cuyo link adjunto:

http://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/88049

También es interesante el siguiente video, que exhiben una teoría contrapuesta a la del informe de Moyano-Bandieri

Video de la historia del Ingenio San Lorenzo

Visitado 23 de febrero de 2023